jueves, 29 de noviembre de 2012

En compañía de extraños.


“La libertad tiene sabor a sangre” pensó mientras lleva a la boca sus dedos, escurría carmesí.
Romper con el pasado es asesinar lo que fuimos, lo que amamos, empezar de nuevo sin el lastre de una historia acabada.
“Ya no queda nada de las que fui.”
Ahora se desliza leve entre las sombras cual viento tibio en un paisaje urbano post apocalíptico; piernas largas ayudan a esquivar la basura acumulada en las veredas, sus manos como tanteando el aire tórrido en las primeras horas de la oscuridad.
Cual enferma acosada por fiebres, una fuerza la compelía hacia la búsqueda constante y abrumadora de justificar cada momento, camino a un estado pleno de éxtasis vital, una agonía que se prolonga hasta el límite, como una foto expuesta al sol en demasía, casi velada, la imagen en ella tan frágil e incomprensible.
Búsqueda imposible, si preguntan, pero las cosas simples aburren. No hay gloria ni placer en conquistas fáciles, es más, no llegan a ser conquistas en absoluto.
Podría decirse que es un modo de ocultarse en la constante actividad, el incesante movimiento hacia lo siguiente sin detenerse a meditar por un temor patológico a lo categórico, fobia a una suerte de certeza de lo cotidiano.
Claro que una siempre cuenta con un manual de reacciones útiles frente a sucesos comunes, que periódicamente se nos enfrentan y exigen ser resueltos o ignorados.
“Ya no soy su máquina” dijo mirando por última vez aquél rostro tan amado, ahora un desconocido ante sus ojos. Otra sombra perdiéndose en la oscuridad por siempre.
“Soy una extraña, incluso para mí.”

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Decidió bajar bien entrada la noche, sabía que la calle no era del todo propicia para hallar ningún tipo de paz pero su pequeña morada se hallaba viciada con vapores insanos de húmedos pensamientos largo tiempo encajonados, lo sensato sería salir a esperar que se disipe el tufo pero los velos que urde la noche resultan por demás amenazantes para un alma cautiva de sí misma.
Vivía como encerrado en una compleja caja de cristal sostenida por mecanismos minúsculos, centenares de tuercas, engranajes que activan circuitos perfectos que en  caso contrario serían desechados, desdeñados y reemplazados por otros que sí funcionen.
Con proyecto nuevo entre manos, básicamente dependía de sus ideas; uno de esos días con brotes de silenciosa pero incapacitante histeria. Todo quedaría suspendido si no se apresuraba en colocar la piedra fundacional, una larga lista de cosas dependían de él para concretarse muy a su pesar y más allá de sus posibilidades.
Era preciso cierto solaz de cuatro paredes y ventanas pequeñas, un universo artificial de constelaciones fluorescentes, buscar un búnker embotado por el gusto acre de axilas tibias, de bilis recubriendo la roña de los muros, de todo tipo de sofocantes gases pestilentes.
Es del tipo de persona que reprocha en otros el modo en que desperdician su salud, su tiempo y dinero en distracciones vanas, infectándose con venenos para los sentidos, valora tanto el orden que ese tipo de desórdenes eran admitidos con moderación y únicamente cuando la mente en caos así lo exigía: curarse con dosis controladas de abyección.
En cualquier otra ocasión la comunión con aquellos seres inferiores y confundidos sería degradante, contemplar cómo se dirigen hacia un barranco sin fin resulta intolerable y repulsivo. Ahora se veía ingresando en uno de esos antros donde incontables pervertidos por placeres deformes pierden sus días; hombres trastabillando con ansias de seducir mujeres semiinconscientes, niñas ofrendando sus cuerpos impúberes por un poco de atención o de dulce olvido embotellado, con el afán de suavizar la áspera soledad.
Un sitio en penumbras, suelo pegajoso de licores, el sonido de copas estrellándose casi imperceptible sobre la música estruendosa del local, tan alta como para dejar de oír las voces que retumban en su interior.
Acomodándose en la barra pidió una cerveza bien helada, cuanto más helada mejor, así no percibía su característico sabor a meada, se la bebió con prisa casi demandando que le subiera rápido y aún más rauda abandonara su cuerpo. Pronto le llegó la necesidad de ir al baño, dilató lo más posible aquel momento pues si algo había de asqueroso en aquel antro era, sin lugar a dudas, ampliamente superado por el estado deplorable de los “servicios higiénicos.”
Brevemente se entretuvo con la fauna local, fieles representantes de la gran variedad de borrachines y degenerados.
La vejiga se hizo sentir y ya no pudo evadirse la necesidad in crecendo, el rostro le ardía por el alcohol y se sintió algo tonto por su ínfima resistencia a sus efectos pero su consuelo: las incursiones al corazón de la noche las sacaba baratas.
Mañana temprano se tomaría un par de horas para delinear el proyecto y enviárselo a su superior, libre de toda obstrucción a su creatividad. Todo eso se iría con el flujo amarillo al drenaje, dentro de poco sería el mismo de siempre.
Un alivio casi sexual le sobreviene al concluir el acto urinario, luego de tomarse el tiempo para cargar bien el tanque y soltarse con ímpetu en el chorrito amarillo.
El baño era motivo de mucha aprensión, un largo pasillo con infinidad de puertitas y sombras agitándose en su interior. En el fondo del pasillo en penumbras vislumbró la figura de un hombre, al parecer se subía el cierre del pantalón y se prolijeaba un poco antes de volver con los demás zombis.
Hoy se daría el lujo de la auto-indulgencia, se revolcaría en el lodo junto a los demás cerdos para dejarse lavar luego por la tibia lluvia de verano.
Rumiaba abstracciones cuando un resuello, como alguien que se queja en sueños, capto su atención en su momento de regocijo y cuando se creía tan solo en aquel servicio.
 Acercándose al final del pasillo las sombras parecían más sólidas, cerrándose sobre él, un escalofrío le recorrió la espina, entonces reconoció la forma de otro ser humano.
Tirada en el piso, ebria la encontró. Ella le pidió ayuda para ponerse de pie.
Un día cualquiera se cruzó con Justine, su chance de jugar al héroe y salvar un alma tan joven y perdida. La ayudó a levantarse y lanzó un par de preguntas para comprobar su estado de conciencia.
“Podrías estar entrando en coma o algo así.”
Le da un par de cachetadas para sacarla del sopor.
“No te fíes de las apariencias, aunque amanezca no todos los días sale el sol.”
Un hedor a whisky escapaba por sus poros en forma de sudor  pegajoso.
La arrastro hasta el fresco aire nocturno, lejos de los depravados, del ruido y las luces; entonces, un silencio meditabundo se apoderó de él.

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La luz de la mañana entra oblicua entre las cortinas, una suave brisa se cuela en el cuarto y amortigua el caluroso abrazo del sol.
Despertar como quien despierta a la vida: inocente y sin memorias. El cuerpo pesado como si su espíritu nunca hubiese estado dentro, se estira mientras escucha los sonidos matutinos: pájaros, vehículos apresurándose hacia los establecimientos comerciales e instituciones, voces lejanas y el sonido constante de unas teclas aporreadas a velocidad vertiginosa.
Cayó en cuenta que no estaba sola y que no reconocía el sitio ni las circunstancias que la condujeron hasta ese lugar, esa mañana en particular.   
Se levanto presurosa, el mundo le cayó encima como una certeza nauseabunda. Arremetió al baño, visible desde el umbral de la habitación.
Vísceras contorsionándose, algo como fuego expelido desde su boca raspando la garganta a su paso, el cruel peso de la realidad, de piezas de un rompecabezas inmenso encajando unas con otras cada mañana.
“¿Con quién tengo el gusto?”
“Soy Juan. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?”
“Esto te parecerá simpático… Mi nombre es Salomé.
“Mmm… Interesante” como para sí “Quizás esto tenga que ver con el eterno retorno del que habla tanto Nietzsche.”
Empezaron las explicaciones de cómo sus caminos se cruzaron, su intención de protegerla de los peligros de la noche y ella, con una sonrisa casi tímida, le agradeció.
“Un buen día abandoné todo cuestionamiento sobre las causas y los efectos, encontrar un conector lógico entre ambos puede llegar a convertirse en obsesión para las masas.” Su disculpa era bastante elocuente para haber despertado de una borrachera monumental.
“Encuentro ese ejercicio un tanto aburrido por la naturaleza aleatoria de la causalidad o quizás soy demasiado joven para comprender las razones detrás de los hechos y su posterior influencia en un contexto dado.”
Se arregló la ropa, se lavó la cara y se marchó, no sin antes decir: “Lo más seguro es que nos crucemos de nuevo.”

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 Esa cuasi promesa era una mosca en su rutina, trabajando en su proyecto se entretenía espantando su mosca.

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Se hace noche en la ciudad, las cartas sobre la mesa: elegir entre arrojarse al mar desesperante de lo incierto o dejarse seducir por ignotos placeres. Ese es su panorama.
Alcoholes escurriendo por sus venas invocan el espíritu de la noche, ella contempla su rostro devolviendo la mirada entre blancos barrotes, los cuales debe esnifar para liberar al genio de los espejos. Y así, ofrendar su cuerpo al dios del baile, arder desesperada en aquella pira, disolviendo su ego en un ritmo, sin alma ni corazón, solo un intermediario anónimo conectado a un desenfreno primordial. Lo dionisiaco.

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¿Cómo vivir con esa fiebre enajenante quemándole los pies, las manos, el cuerpo entero?
Oponer resistencia era virtualmente inútil, únicamente acarrearía más complicaciones y molestias innecesarias. Es cuestión de sentir esas manos encima y dejarse llevar, sin objeciones ni rodeos.

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La habitación, de aspecto altamente sospechoso, abarrotada con tantos objetos de dudosa utilidad, pobremente iluminada para ocultar la suciedad, la mugre recubriendo las superficies y un intenso hedor como a guardado.
Juan, sentado al borde de la cama, atendiendo que nada le hiciera falta.
La halló durmiendo sobre la acera, a un par de cuadras de su domicilio.
“Te dije que nos volveríamos a encontrar…”
“Hubiera preferido otras circunstancias…”
Empezó un monótono discurso que le costó seguir, esa voz grave le recordó al susurro del viento entre las hojas, las ramas de distintos árboles rozándose a penas, sentía como sus poros se abrían, como pequeñas boquitas por oleadas y sus dedos serpenteando por debajo: de su ropa, de su piel, de su carne latiente.
Cuando Juan se percató de lo que sucedía en su cuarto, en su cama, bajo sus sábanas y sin su autorización no supo reaccionar, quedo atónito, sus ojos empeñados en mirar el paisaje visible desde la ventana. Silencio.
“¿Por qué callas? Disfruto al escuchar tu voz…”
Una urgencia por responder, sin saber qué. Un silencio incómodo le reptó por el rostro, ideas confusas se arremolinaron en su cabeza, se sentía algo entre ofendido y avergonzado por presenciar aquel espectáculo al que fue incluido sin previo aviso.
Se irguió para salir de la habitación inmediatamente pero las palabras de Salomé no se lo permitieron:
“Estas muy equivocado si crees que intento seducirte. No quiero que me toques; además, sé que nunca lo harás. Pero hay algo en tu voz y en las idioteces que salen de tu boca que me provocan… esta reacción, no se puede evitar.
Y no es que esté siendo indulgente con mi comportamiento morboso. De cualquier modo, no puedo sentirme culpable por lo inevitable, existen un centenar de cosas en mi vida que no dependen de mi voluntad, no puedo controlarlas y si me libero de la necesidad de hacerlo no me controlan.”
“Hablas como una experta para tener… ¿Cuántos años dijiste que tenías?”
“No te dije, es irrelevante. Toda la humanidad esta llena de seres débiles que huyen desesperados de las consecuencias de sus actos, yo tomo responsabilidad por cosas que envilecen a los demás y me nutro de ellas para construir un temple superior, tan necesario para sobrevivir. Una no puede dejarse amilanar por cosas de todos los días, el coraje nos permite atravesar todos los círculos del infierno…”
Su delirante alegato era llaga abierta supurando sobre las sábanas. Podía percibir con claridad que no estaba a la altura de las circunstancias.
Veía un ser extraño ante sus ojos, no la niña indefensa a quien decidió ayudar sino un espíritu ambiguo, habitante de profundidades abismales.
“Por cierto, aquella vez que nos encontramos en el bar… ¿Recuerdas al hombre del baño?”
Asintió en silencio, luego de una breve pausa.
“Me lo comí ahí mismo, tenía su verga bien dentro cuando escuchamos pasos… No quería que la gente del bar lo creyeran pederasta. Y se fue.”
Sintió un fuerte escozor en los oídos por las barbaridades que escuchaba.
 “No sé por qué siento que puedo contarte estas cosas. Te pido disculpas si sobrecargué tus hombros con cosas muy mías, normalmente no comparto mis pensamientos con los demás, sólo mi cuerpo. Contigo me pasa lo contrario.”
“Es relevante. Por la pinta no te pongo ni quince aunque por las barbaridades que salen de tu boca pareces un prisionero de la guerra grande. ¿Cuántos años tienes?”
“¡Mírate, eres un santo! Cuidando de alguien como yo cuando deberías cuidarte de mí.”
Todavía tenía la mano entre las piernas pero abandonó su juego solitario.
Se encontró ante un ser extraordinario, irreverente y destrozado. Aquella voz, al confesar su libertinaje… le conmovió hasta las lágrimas pero se contuvo, no quería verse tan vulnerable frente a ella, nunca había llorado en público, menos frente a una niña. Se sentía pequeño, casi incompetente.
“Si es tan importante para vos… tengo dieciséis”
Necesitaba salir de ahí, no quería seguir escuchando, sus palabras le llegaban como cuchillos, esos detalles de horrores gestados en su mente enferma le provocaron náusea y su voz mansa, casi indiferente le producía gran molestia y por un momento se convenció que esa niña no tenía alma, que le haría un favor al mundo  y a su persona si cooperaba en destruir ese cuerpo, tan sólo un vacuo cascarón.
“Hubiera preferido no saber de eso”
“¡Atlas! La vida no te da más de lo que puedas cargar sobre los hombros”
Un extraño remordimiento le tomó por sorpresa, algo dentro de él moría, retorciéndose en sus tripas, ardiendo en sus ojos, la culpa como guillotina por el cuello, como sudor frío resbalando por su espalda.
Ella se levantó tambaleante, como etérea y agarró su brazo con suavidad; él, inmóvil  entre las dos habitaciones.
 “Quizás esto tenga más sentido cuando sepas… Sufro un desorden de personalidad.
Dentro de mi cuerpo hay dos personas que pugnan por imponerse una a la otra, dos entes opuestos que utilizan esto- tocándose –como campo de batalla y eventualmente seré el premio; cuando una de nosotras toma posesión la otra queda arrinconada a sufrir el dominio de su rival. No tienes idea de lo que es vivir en tierra de nadie.”

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De niña solía ser muy callada, con pocas aptitudes para desenvolverme en sociedad, no tenía nadie con quien jugar ni compartir secretos.
De niña solía hablar con el espejo y éste me respondía, ese reflejo: mi única amiga en el mundo, la única que  escuchaba mis penas e incluso llorábamos juntas.
Me daba buenos consejos que seguía al pie de la letra, pequeñas venganzas para llevar a cabo contra las fuerzas oscuras que coartan mi existencia, sutiles métodos para obtener alguna satisfacción.
Imponente espejo con marco de plata, un tesoro que pasó generaciones en mi familia de madres a hijas; y ella siempre me esperaba del otro lado.
Al inicio de la pubertad mi necesidad de una confidente se torno aún más imperiosa, quería una cómplice que me ayudara a materializar mis desquites, con el tiempo habían cobrado magnitud. Ella comenzó a visitarme en sueños, me contó a su vez secretos, historias de su vida y cosas verdaderamente terribles.
Al principio no pude creer que desgracias semejantes pudieran sucederle a una sola persona y nunca más pude verla del mismo modo, imaginé que la única manera de sobrellevarlo era poseer un coraje envidiable, al menos yo la envidiaba, ahogándome en mis pequeñas tragedias.
Su mirada se fue insuflando de un fulgor extraño, la sentía cada vez más cerca y fantaseaba con su presencia de éste lado; de tanto observarla, esa distancia infinita del mundo del espejo parecía desvanecerse, a veces podía sentirla respirándome en el cuello como venida de una dimensión intangible.
En algún momento nuestra relación se complico, su presencia era opresiva, tanto que me permití cubrir el gran espejo de mi cuarto con una sábana mas ella me seguía en sueños, era absorbente, reclamando tanto  abandono con un tono casi amenazante.
Llegué a tenerle algo de miedo recordando nuestras travesuras, sabía de lo que era capaz y no quería verme en su lista negra e inventaba excusas para justificar mi frialdad, la distancia nacía entre nosotras. Tomó un rumbo muy obscuro, increíblemente resentida con la vida y nada de lo que pudiera decirle serviría para disuadirla de sus delirios.
Aquí es donde debo detenerme y aclarar que en todo momento fui consciente de su existencia imaginaria, personificación de mis carencias, aislada de todo contacto verdadero con otros seres humanos, por lo cual ese poder, ese sometimiento que asumía en su presencia me resultaba altamente preocupante.
Dadas las circunstancias nuestra relación sufrió un quiebre irreparable, muy tarde; su personalidad mucho más fuerte que la mía y nutrida durante años por mi completa sumisión al acatar sus caprichos se apoderó de mí; desde entonces ella actúa en mi nombre y me obliga a realizar actos inconfesables sin poder rehusarme, indefensa ante su voluntad.
Aún a veces logro imponerme, la mando a volar por horas e incluso días, puedo volver a sentir el mundo de primera mano y expresarme pero si pido ayuda me creen loca.
  
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Todo es mentira en esta vida, no debes creer en nada ni en nadie por entero porque la verdad es una ruleta veleidosa y, especialmente, no debes creer en mí que soy dos personas y ninguna a la vez.
Soy pobre y me abandono la suerte, no tengo nada que ofrecer al mundo y el mundo no tiene nada que ofrecerme, al menos nada que realmente me interese, mi vida es el remedo vacío de algo que quizá tuvo sentido alguna vez.
Nuestros caminos se trasponen en las destrucciones ignominiosas, te será imposible hallarme entre lo bueno y hermoso.
Siempre es demasiado tarde en mi vida, la fascinación entomológica por la luz termina quemando.
Nadie vino a salvarnos, a ninguna de las dos y quien debía hacerlo solo vino a distraernos mientras llegaba el verdugo. Moriremos empaladas en la vergüenza, mi destino es matar lo que aprecio, hacer el amor con la muerte para llegar al clímax de la desesperación.

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Miseria e incertidumbre. Esa fue la herencia de mi padre, quien por un momento se creyó más allá de toda ley y habiéndose forjado una cuantiosa fortuna disfrutó del respeto y dignidad que conlleva pero el caudal se detuvo, se esfumó y mi padre con eso.
Entonces, se nos presentó un paladín en nuestra desgracia, un hombre tan educado y atento, una labia seductora y más dinero del que alguna vez pudiéramos necesitar. Sin pensar dos veces mi madre le permitió ingresar a nuestras vidas.
“Esta vez no podemos dejar que se nos escape…”
Una madre verdaderamente estoica en medio de tantas comodidades, tras el ostentoso maquillaje los moretones resultan casi imperceptibles. Nuestra mesa, para nada humilde y rebosante de manjares, era concurrida por importantes mandatarios y militares, acompañados de señoras tan elegantes y discretas como mi madre.

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Parecía un botón de rosa bañando en rocío, un par de senos impúberes se alzaban con tenacidad sobre su tórax, su cuerpecillo lampiño relucía como mármol sobre el satén, iluminado por la lechosa luminiscencia de la luna. A su lado, la figura de algún hombre de respiración pesada pero silente o quizás incluso roncando.
Sin recordar el momento preciso en que éste presente estado de cosas viró en el mejor de los mundos posibles cuando más bien parecía lo contrario. Lo bueno y lo malo, conceptos arbitrariamente utilizados por civiles, pierden consistencia después de un tiempo hasta converger en una única entidad.
Ella misma como convergencia de opuestos, nunca blanco ni negro, sino todo en medio. Como un apretón de manos entre personas que no se llevan bien pero se ven forzadas a convivir. Se tenía a sí misma un odio cortés pero, a la vez, se creía en parte sobrehumana por estar apta para  soportar el stress de su ambivalencia.
Algunas veces, Saló se retira antes de terminar para sobar con crueldad los sentimientos de culpa de Justine.  
Salomé se acuesta en la cama pero a Justine le toca despertar al lado de algún desconocido. Queda claro que una de las dos debía abandonar la disputa y entregar el dominio o promover la cooperación en el mejor de los casos.
La cuestión radica en que Salomé disfruta al torturar a quien considera débil (Justine) pero desea dominio total sobre el cuerpo, por su lado, Justine presa de un inexplicable apego no quiere abandonar aquel cuerpo con que vino al mundo, con derechos naturales para su usufructo.
Teme lo desconocido, cuando se entregue, se abandone al dominio ajeno y ya no sea ella sino otra, la desconocida antagonista: esa que no le permite descansar, esa que silenciosa se aproxima en puntas de pie, por detrás, para degollarla.

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Llegar al lugar de la cita, bajarse del auto y colocarse contra la pared del galpón, esperar. Esas fueron sus instrucciones. Cada juego depende de los implicados.
Las manos tocan la aspereza tibia del muro invisible en la oscuridad. Pasado un rato la figura es iluminada por los faros de un automóvil que se acercó hasta el galpón con las luces apagadas y gran sigilo, las luces parecen azotar la figura contra la pared, ladeando la cabeza para no deslumbrarse ve dos figuras oscuras que la toman del brazo y la llevan al interior del rodado.
Aquellos faros dejaron ver la fina silueta de una niña vestida con una blusa traslúcida, falda corta de tartán y largas medias rojas con encaje, stilettos negros y melena trenzada.
Un tercer observador oculto sigue la acción y decide tomar parte, siguiendo el rodado sobre su motocicleta y carcomido por la penumbra.
Siempre me llevan a hoteles caros que parecen decorados con restos de la escenografía de una ópera o quizás una obra sobre la vida de María Antonieta.
Lugares completamente teatrales, con sillones y sofás bombardeados de almohadones y camas con dosel, allí la niña jugaba a complacer los caprichos de éstos caballeros, el objetivo era llenar el vacío ya sea de las horas, de los espacios, de los silencios pero antes que nada el gran vacío de la niña.
Un sillón oficia de altar de sacrificio, el ídolo se abre de piernas al homenaje, una lengua acaricia el horizonte de eventos, pidiendo permiso, preparándose para el viaje al centro de la nada.
El hombre alza la mirada para maravillarse con los ojos del ídolo, dos enormes vacuidades, de mirada oscura, condescendiente. Una mano baja entre la piernas y busca su camino hacia lo húmedo y tibio, el origen de todo, sus ansias lo empujan una y otra vez, el ídolo se estremece e inicia la comunión.
En ese momento aparece Justine, temerosa pero dócil, ya es parte del juego al que la someten Salomé y su padre. Se entrega cual cordero a ser degollado, se trasmuta toda en un vacío profundo y desesperante, los hombres necios siempre confunden la desesperación con pasión.
Sobre la cama, bajo el dosel, se nos pierde, se nos escapa del momento, existe de maneras imposibles y se desvanece.
Será que de esto una ha de morir, de momentos en los que preferimos no estar, de gente con la que preferimos no compartir, de sitios que  preferiríamos no frecuentar. La vida que vivimos sin querer, sin cuestionarnos, sólo porque parece natural; un día nos despertamos y al vernos al espejo nos disgusta nuestro reflejo a penas podemos reconocernos y nuestras acciones nos resultan ajenas, nuestra biografía parece la de otra, al final nos damos cuenta que la vida transcurrió sobre nosotros y no al revés.

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Las otras chicas me tenían envidia, el colegio no era mi ambiente. Creían estar preparándose para el futuro y en realidad eso es algo que nunca llega, yo vivo ese futuro, con tan sólo catorce años  me convertí en el principal sostén de mi familia.
Tenía lo necesario para entrar en el negocio, al menos eso decía él, me convenció.
Sería un pedacito de cielo para los desesperados.
Por las noches venía a leerle cuentos, encendía una lámpara giratoria que refleja estrellitas en la pared, su voz grave la trasporta, la acaricia con suavidad hasta sentir el abrazo de Morfeo; y así, recuerda muchas noches como esa, el padrastro le acariciaba su cuerpecillo entero como algo propio y a ella no le parecía malo, suponía que fuera otra de esas cosas que comparten padres e hijas.
Quería ser su orgullo y no me quejé nunca del acoso escolar. ¿Qué puede pedir una hija además de ser el orgullo de sus padres? La mejor alumna, servicial y agradecida; redituaba cantidades obscenas a mi familia, cualquier capricho era cumplido de inmediato, con mamá fuimos a las mejores peluquerías, cenamos en restaurantes exclusivos… Vivíamos como reinas, nunca nos faltó algo pero las cosas siempre cambian, ¿sabes?
Salí del colegio a causa del asedio de niñitas reprimidas, no se aguantaron la envidia e inventaron un rumor con alguna base real.
Sus cabecitas atribuyeron mi familiaridad con ciertos personajes del plantel a una suerte de tráfico de influencia. Pobres ilusas.
Aquellos maestros eran asiduos clientes pero sus notas eran de mérito propio, el padrastro prefirió sacarla para no levantar sospechas, para Saló fue como admitir una derrota.
Después de eso la madre no volvió a ser la misma, su temperamento se tornó frágil, recorría la mansión como un fantasma, en ropa de cama y con una copa de vino pero ni siquiera bebía. No fue ninguna sorpresa cuando, al volver de un encargo, la encontró dormitando en la bañera, ahogándose en el embriagante vino de su sangre.
Sus últimas palabras fueron de una belleza terrible: Discúlpame por haberte echado una maldición de la que no te podrás librar. Cuando vino el lobo corrí a sus fauces para ver como nos devora a las dos, mi caperucita roja, mi preciosa perdida en el bosque. Ya nadie escuchará mis gritos.
 Así las halló el padrastro, Justine aún abrazada al cuerpo tibio, empapada con esa sangre que también era la suya.
Y fue esa noche cuando sentí por primera vez el dolor de ser mujer, tanta vida y tanta muerte tirando de las entrañas para no volver. Mis fluidos se confundían con la sangre materna. 

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Mi aislamiento, la estrecha relación con mi padrastro, el abandono de mi padre, el silencio de mi madre, todo me llevo a ese cuarto para autopsias, desnuda sobre la mesa de exámenes.
Asco. Su primer recuerdo fue de miedo y asco. La habitación parecía una morgue, la luz blanca, veladora no deja espacio para ocultarse. Su padrastro la instruyó en lo básico pero cada persona es un mundo, en ese encuentro no halló ni la complicidad ni la familiaridad con la que ese deseo del padrastro sacia la inquietud de su espíritu, una inquietud que él mismo despertó.
Era similar a una traición, inerte como cadáver, traicionando su voluntad en favor de una ajena y sus deseos eran órdenes. Temía lo que podría suceder si fallaba en complacerlo.
Mi rostro virginal lo conmovió hasta las lágrimas, se hincó de rodillas y me besó los pies, con suavidad retiró la traslúcida bata que me cubría y señaló la cama. Despacio vino hasta mí, a contraluz era una figura oscura y resplandeciente, al borde del lecho, separó mis piernas con brutalidad y me frotó los muslos como probando su resistencia.
“Es una crueldad lo que hacen con las niñas” decía mientras estiraba sus manos entre mis piernas “la vida te dará muchos golpes.”
Mientras decía esto, aquel hombre se desabrochó el cinturón con el cual la azotó repetidamente para después voltearla y continuar. El espectáculo de su piel al rojo vivo lo excita aún más, aquella piel joven arde al tacto, ella se veía envuelta en llamas como en una pira de sacrificios. Sacrificada a su futuro.
En mi futuro podía ver a muchos hombres prepotentes y pervertidos dispuestos a pagar cualquier cantidad para verme cumplir sus caprichos.
Su imagen era lastimosa, un hombre corpulento y entrado en años, el desencanto e insatisfacción marcan las líneas de su rostro, su voluminoso cuerpo hambriento de placer, la insatisfacción brillando en sus ojos. Uno de esos infelices que sólo sienten libertad dentro de cuatro paredes.
No derramé ni una sola lágrima, motivo de gran satisfacción para mi padrastro. Por haber sido buena niña me regalaron un caballito blanco y clases de equitación.
Aquello fue una suerte de graduación, la prueba de fuego para su compromiso y devoción. Descubrió el verdadero poder, el encanto que ejerce sobre un hombre disgustado con la vida.
Soy una diosa iracunda y lujuriosa, soy la ilusión de muerte y resurrección, la vida eterna entre mis piernas. El juego de la sumisión me da poder, soy loba disfrazada de oveja y viceversa.
Es inevitable sentir lastima por aquellos hombres, quienes creen poseerlo todo pero un buen día descubren que ni sus ideas le son propias, un concentrado de carencias. De ahí deriva el apetito insaciable y esas ganas de atragantarse con el mundo.

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Mi vida había tomado ese rumbo, ese giro después del cual no hay retorno posible.
Se me había pedido discreción, no es el tipo de cosas que una comenta en conversaciones casuales.
Tenía un gran secreto, algo que callar, algo en lo cual no podía dejar de pensar.

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Quince años y mi vida era fantástica, un depto. para mi solita, un auto lujoso con chofer incluido, todas las fiestas y drogas a elección. Hombres delirando por mí, enviándome regalos exclusivos, un masajista, una rutina de gimnasio y el spa; sin necesidad de ir al colegio me eduqué en casa con tutor, encerrada en mi torre de marfil.
Se me prohibió salir sola, no había amigos  ni contacto con el exterior, sabía que no me perdía de nada.
La única exigencia era cumplir ese rol, ser la muñequita de unos niños arrugados, soportar tal lujuria desatada, besar al tibio muerto entre sus piernas, dejarme arrastrar por los caminos más retorcidos del placer.
Era eso, ser un presente, un obsequio para las almas desahuciadas. Mi trabajo consiste en dar una mínima esperanza para aquellos hombres.
Me sentía incapaz de comprender los deseos de semejantes personajes, quienes de no contar con el capital continuarían absolutamente insatisfechos.
Seguramente nadie los conocía como yo, ese lado lo mantenían oculto durante el resto del día, era de mi dominio exclusivo. Nadie se los imagina en tales circunstancias y para mí era lo único que jamás conocería de ellos.
Me preocupe por aquellos más necesitados, los miserables de verdad, ellos no podrían pagar la tarifa altísima impuesta por mi padrastro.
Comencé a escabullirme por las noches, huir hacia los antros más decadentes en búsqueda de almas para salvar.


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Los hombres no sólo quieren garchar, necesitan descargar las frustraciones de una larga vida en el desencanto. Buscan algún ser de apariencia inocente para humillar y corromper, sentirse el héroe de su ficción derrotista, finalmente en control.
Ella juega bien ese papel, sabe por experiencia que no es quién maneja el látigo quien ostenta el poder y la fuerza, es quien padece bajo éste el poderoso.
Así empezó su obsesión por todo aquello que naturalmente resulta desagradable o doloroso, en lugar de alejarla le atrae. En esos encuentros se da un intercambio pernicioso, conjunción de vacuidades que se potencian, donde Salomé se fortalece y Justine se debilita.
Parecía perder sustancia, el amor hacia el padrastro no hizo más que menguar, Salomé sospechaba que junto a él no podría ser libre, tendría que rendirle cuentas y a medida que pasaban los días crecía en ella cierta inquietud.
Después de todo, su padrastro no era más que otro desconocido obsesionado con ella, como cualquiera de sus clientes, queriendo apresarla sabiéndolo imposible. Incluso, aprovechándose de ella para aumentar su fortuna con la excusa de su edad.
Así que soy lo suficientemente grande como para follar por dinero pero no para administrar mis finanzas. ¿Eh?
Así fue como su ficción se desmoronó, fue grande la decepción al descubrirle otra familia, otra mujer e hija biológica, una pequeña inútil pues no era trabajadora como ella y su fortuna también era parte de la farsa, fruto de múltiples estafas. Resultó claro que, cual parásitos, se beneficiaban de sus  ingresos y se sintió utilizada, montó en una ira incontrolable.

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Soy el confesor de un alma enferma, en mis oídos arden sus palabras, mi espíritu se contamina de sus relatos. Debo aprender a contenerme para no alimentar la semilla del odio, especialmente por aquellos llamados hombres respetables, de doble moral, quienes instauran una regla para quebrantarla en la primera oportunidad, para ser los únicos con la potestad de hacerlo.
Quisiera convencerla de abandonar ese estilo de vida pero en parte no concibe otro modo de ganar dinero aunque presiente los peligros de su profesión.
Considero la manera de rescatarla, antes de verla convaleciente o muerta, esta no es vida para una niña, debería salir al parque, con amigos, conocer chicos de su edad, estudiar algo. Probablemente sea muy fatalista pero veo un negro porvenir.

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Me crees una buena persona, de eso se trata. Esperas que el mundo cobre sentido cuando obtengas una prueba, un indicio de ello. Si te permites confiar, bajar las defensas y buscar frenética la justificación a los hechos, algo que te lleve a pensar que no todo es vano.
El yo supone infinidad de aristas desconocidas. Soy una persona cualquiera, engendro de ciudad, me siento más definido por la basura que produje a lo largo de mi vida que por cualquiera de mis acciones. Esa será mi marca en el mundo, mi legado más importante: un vertedero saturado con mis desperdicios, corroyendo la médula de la tierra.

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Recibí una llamada, me dijo que no volvería a molestarme. Se disculpó por haberme agobiado con sus historias por tan largo tiempo. Habían transcurrido tres años desde el día en que nos conocimos. No me pareció extraño porque su comportamiento siempre era un tanto errático, sus apariciones esporádicas. Nuestra relación era obra suya, me confiaba sus secretos y deseos pero yo pude haber sido cualquier persona, incluso un terapeuta anónimo escuchando como lo harían las paredes: sin emitir juicio alguno, sin intervenir.
Soy un día de otoño en primavera, una flor marchitándose en un florero, estoy de paso en tu vida como en la de cualquiera. Y más bajito como para darle menos importancia: Ya lo sabe todo, tengo que ganarle en su juego, se puede poner peligroso.
Supuse que su padrastro descubrió su doble vida, sus escapadas y buscaría la mejor forma de salir airosa de ese lio. Es un riesgo para cualquier proxeneta de alta gama que su puta se ande metiendo con lo más bajo de la sociedad. Entendía muy bien a que se enfrentaba ella y aun así, estoy seguro que ella siempre está a la altura de sus circunstancias.