lunes, 1 de enero de 2018

Piromanía

¿Hablo de la tormenta? Soy la tempestad abriéndose paso mordaz a traves de la piedra, encharcando los caminos y volviéndolos intransitables, con truenos y relámpagos beso la tierra, la muerdo y arranco techumbres y árboles. 
También soy el carro que atravieza la tormenta, carro que pierde los caballos pero se aferra a las riendas, desbarranco al abismo de mí misma. En realidad, es un recuerdo, hace tiempo deambulo en el abismo que soy, tratando de domar demonios de los que soy prisionera en una torre.
Los demonios también son yo. Mi propio abismo, mi propio demonio con látigo en mano, estudiando mis vulnerabilidades.
Me escondo en el abismo para llorar, para que nadie vea bajo la máscara al esperpento, para que no me vean comer vidrio y vomitar bilis negra. Negra como mi alma, negra como mi sino, me alejo hasta el fondo para que no me hiera la luz de la estrella. Para que no se me claven sus puntas y revelen que mi corazón es una rosa marchita en llamas.
Para no tomar el camino aún, el camino que deberé convertir en cenizas. El camino hacia mí misma, aún no es tiempo o ya pasó el tiempo hace un buen rato, el tiempo de quemar las nabes, quemar el nido, quemar el pájaro, quemar el camino. Hasta otro pozo en el abismo donde estoy yo prendida fuego, donde soy estrella, donde me clavo en el corazón de la nada como espada. 
Espada que abrirá de tajo para derramar las palabras que se ahogan en mi garganta, que me asfixian. Hasta ser un río de sangre que suena a un poema olvidado de un poeta de antaño que se durmió con la vela que lo iluminaba y prendió fuego su choza, la villa, su mundo entero.
El río, la sangre, el abismo, el fuego, el poema.